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Tres rasgos esenciales de nuestra fe y vida
La actitud fundamental anabautista de obediencia frente a la persona de Jesús trae consigo ciertas consecuencias de consideración:
- La primera consecuencia es una manera particular de emplear la Biblia. Los anabautistas entienden que el Antiguo Testamento, al desconocer a Jesús por ser previo a su venida, es revelación divina, sí, pero parcial e incompleta en comparación con Jesús. Aunque estudian y leen devotamente la Biblia entera, cuando la lectura sencilla y natural da como resultado un conflicto entre los testamentos Antiguo y Nuevo, no dudan en quedarse con la enseñanza del Nuevo. Y si por alguna razón hubiera que elegir entre las palabras de Jesús y las escritas por sus apóstoles (el resto del Nuevo Testamento), no dudarían en quedarse con las palabras de Jesús.
- La segunda consecuencia de considerarse discípulos de Jesús personalmente, tiene que ver con la separación del mundo. Siguiendo la enseñanza de Jesús, los anabautistas se ven en el mundo pero no se consideran del mundo. Entienden que han sido trasladados del reino de las tinieblas al reino del amado Hijo de Dios. Se consideran peregrinos en esta tierra y por lo tanto peregrinos en cada una de las naciones de esta tierra donde les toca vivir. No asumen como parte de su identidad fundamental ni los nacionalismos, ni las costumbres y valores, ni las xenofobias y racismos de su entorno en cada lugar donde viven. Oran y trabajan por el bienestar de la ciudad y la nación donde residen, pero se consideran extranjeros, ciudadanos de otro reino cuya consumación esperan y anhelan.
Entienden que Dios en su misericordia ha ordenado, si bien fuera de la perfección de Cristo, todas las autoridades, civiles y militares, legislativas y judiciales, que ordenan la coexistencia pacífica de la humanidad. Por esto procuran vivir en paz y sumisión a las leyes y a las autoridades.
Pero consideran que además de esto ellos, personalmente en cuanto cristianos, han de vivir según la perfección de Cristo. Que su vida ha de estar marcada por los valores del amor, la justicia y la solidaridad con los que sufren. Que han de actuar siempre conforme a toda humildad, misericordia y perdón. Que como Jesús mismo, han de estar dispuestos a sufrir por el prójimo, recurriendo siempre a la acción no violenta, nunca a la fuerza. Por lo tanto se niegan a ocupar posiciones de autoridad que requieran para su ejercicio el recurso a la fuerza policial o militar, así como Jesús huyó de los que querían coronarle como rey.
- Para los anabautistas, la otra cara de la separación del mundo es el compromiso con la comunidad cristiana. Entienden que los miembros de la comunidad son miembros del cuerpo de Cristo, y por lo tanto miembros los unos de los otros. Se tratan unos a otros como hermanas y hermanos, solidarizándose unos con otros en las buenas y en las malas. Con toda la frecuencia que obligan las circunstancias, se apoyan unos a otros con sus recursos materiales; ayuda mutua a veces espontánea, otras veces cuidadosamente organizada en instituciones de beneficencia. En algunas situaciones límite (guerras, persecuciones, hambre, emigraciones) han llegado a ponerlo todo en común para suplir las necesidades de sus miembros más débiles.
Pero el compromiso mutuo en comunidad cristiana supone para ellos más que la asistencia material mutua. Los anabautistas entienden que el corazón del ser humano es engañoso. Por lo tanto procuran vivir vidas auténticamente abiertas a los hermanos y hermanas, recibiendo de ellos con humildad toda palabra de exhortación, corrección, y estímulo a la maduración.
Esta virtud da lugar a sus propias tentaciones. Las dos tentaciones típicas en que históricamente han caído los menonitas han sido la del legalismo y la del orgullo sectario frente a otros cristianos. Reconocen estas tendencias y las confiesan. Para evitar estas tendencias, procuran por una parte que su obediencia a Jesús sea siempre una respuesta sincera motivada por un amor puro y agradecido, y por otra parte vivir en humildad entre los cristianos de todas las tradiciones y confesiones. Nada de lo cual resta un ápice de su compromiso de sumisión mutua en comunidad cristiana como condiscípulos de Jesús.
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