persecución — El acoso continuo, habitualmente violento, con que o se pretende que las personas cambien de lealtad, convicciones, ideología o religión; o bien, lo que se pretende es sencillamente eliminarlos como personas indeseables. En la Biblia y en la historia del cristianismo, la experiencia de persecución es bastante ambigua: hay buenos ejemplos de ser perseguidos, pero también los hay de perseguir.
En la Biblia la primera persecución con alegato de ideología religiosa tendría que ser la de los cananeos por parte de los hebreos llegados desde Egipto. Habían sido instruidos en el desierto respecto a los mandamientos del Señor, con quien habían pactado una alianza en Sinaí. La eliminación de las gentes naturales del país de Canaán donde habían de instalarse, se explica como consecuencia de la especial perversión de sus costumbres abominables. El caso es que se excluye cualquier posibilidad de enseñarles otras costumbres, instruirles a ellos también los mandamientos del Señor. Su suerte ya está decidida: están todos condenados a muerte.
La eliminación de la población natural del país era necesaria por cuanto el proyecto que inspira la persecución de los cananeos, fue siempre que los hebreos se apropiaran de sus tierras y se instalaran en sus ciudades. La explicación que se da es religiosa; el proyecto, sin embargo, es político y social y material. Esto mismo ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia humana. Se elimina una población para que otra, invasora, pueda ocupar su lugar.
Este defecto moral es típico en toda persecución. Los alegatos, las palabras, son de ideales elevados, fe, pureza, religión, santidad, etc. La realidad es bastante más baja, mundanal, práctica y material. Toda persecución es siempre sórdida, inmoral, violenta y terrible, no importa lo elevados que sean los ideales detrás de los que se esconde.
Hoy día se tiende a dudar mucho de la historicidad de la toma de Canaán según la cuenta el libro de Josué. Esto nos llevaría a preguntarnos por qué, entonces, se atribuyen allí estas conductas tan espantosas a los antepasados de Israel. Cabe sospechar, tal vez, que bien pudiera ser que el Espíritu Santo inspiró que se escribiera así para aleccionarnos a los lectores sobre la nefasta capacidad de autoengaño que tenemos. Aleccionarnos sobre lo fácil que es convencernos de que Dios es quien inspira nuestras conductas violentas, nuestra envidia de lo ajeno, de la prosperidad del prójimo. Envidia que es en el fondo asesina.
Convencidos de que quien tiene lo que envidiamos seguramente no se lo merece, llegamos a creer firmemente que Dios mismo nos exige eliminarlos y quedarnos con sus bienes. ¡Bueno, ninguno llegaríamos a tanto como eso! Pero el planteamiento así de exagerado, nos ayuda a ver adónde nos quiere llevar la envidia.
Los ejemplos de persecución en el libro de Daniel rozan la comedia, en el sentido de que todos «acaban bien». Es bueno conservar esta idea de que Dios es poderoso para intervenir y salvar a los que esperan en él.
Los libros de Macabeos (en las Biblias católicas y ortodoxas, aunque faltan de las Biblias protestantes y judías) son más o menos contemporáneos con Daniel y allí la persecución es de una violencia terrible —y terriblemente eficaz y mortal. Tal vez por eso mismo, Macabeos exalta no el esperar en Dios, sino el tomar armas y defenderse. Luchar, en otras palabras, por Dios y por la patria, ya que Dios no parece dispuesto a luchar por nosotros.
En el Nuevo Testamento la persecución es también terrible, violenta y mortal, empezando con la tortura hasta la muerte de Jesús por los romanos. Sin embargo allí lo que se enseña es la misma actitud del libro de Daniel: la espera paciente en la protección y salvación divina. Una esperanza capaz de aguantar hasta la muerte, seguros de que la muerte no es nunca el final sino tan sólo una transición a otra vida posterior: la resurrección de los muertos.
En la historia posterior, los cristianos han perseguido tanto como han sido perseguidos. No ha sido infrecuente que fueran unos cristianos los que perseguían a otros. Naturalmente, quien es perseguido se reafirma en el valor de sus ideas y convicciones. Toma para sí el ejemplo de Daniel, Jesús y los mártires del cristianismo primitivo. Entre tanto, quienes persiguen hacen suyos ejemplos como la persecución y eliminación de los cananeos. Se manifiestan así mortalmente ciegos sobre la perversidad y sordidez de sus motivaciones oscuras, inconfesadas. Convencidos de agradar así a Dios, toman para sí ellos el lugar de Dios, único Juez legítimo del mundo.
Herederos que somos los menonitas, anabautistas y Hermanos en Cristo de un movimiento duramente perseguido en el siglo XVI, debemos cuidar mucho cómo tratamos a aquellos que no comparten nuestras ideas y conductas.
—D.B.