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Entrega y sumisión... en comunidades tradicionales Corrientes anabaptistas Anabaptist Currents: History in Conversation with the Present Conversación X — Entrega, sumisión y dar cuenta de la vida (1) Entrega, sumisión y dar cuenta de la vida
En muchos sentidos este tema de la entrega/sumisión [1] y dar cuenta de la vida, viene a resumir algunos de los temas de las ponencias anteriores del presente libro. En el espacio que me ha sido asignado es imposible detallar exhaustivamente las diversas manifestaciones de la entrega/sumisión en las comunidades históricas anabaptistas, así como las que perviven todavía en las comunidades de Orden Antigua. En lugar de centrarme en un período histórico en particular o tratar en profundidad sobre una comunidad en particular, quiero ofrecer un marco interpretativo general para comprender la importancia de la entrega/sumisión en la tradición anabaptista. De vez en cuando presentaré ejemplos o indicios de entrega/sumisión de fuentes históricas, pero el trabajo exhaustivo y meticuloso de documentar este tema tan ubicuo en las fuentes originales, tendrá que ser acometido por otros. Quiero proponer que el tema de entrega/sumisión es uno que siempre ha estado presente en la experiencia social, cultural y religiosa de los grupos anabaptistas y afines [2]. Desde luego también aparece, aunque tal vez con otro nombre, en otras tradiciones religiosas. La noción de entrega/sumisión viene del vocablo alemán Gelassenheit. Esta palabra es muy poco frecuente en los escritos o en los labios de los descendientes religiosos de los anabaptistas en los últimos siglos. La empelaban a veces algunos de los anabaptistas primitivos y su uso más frecuente se encuentra en los materiales escritos originarios del Hutterismo [3]. Aunque muchos grupos anabaptistas no emplean este término en sí, el sentido de Gelassenheit estaba en todo el entramado social de sus comunidades. Gelassenheit es un término preñado de significados, que vienen a sugerir un sentimiento de entrega o sumisión a una autoridad superior. Entre sus matices específicos están la idea de entregarse o rendirse, la resignación ante la divina voluntad, entregarse de lleno a Dios y al prójimo, negarse a sí mismo, un espíritu apacible, el contentamiento, y un hondo sentimiento de aceptación de las circunstancias de la vida [4]. En las palabras de Peter Walpot escritas en 1571: Que Dios te conceda a ti y a todos los que buscan la gracia, el negar tu propia voluntad, tu carne y tu vida, hasta llevar cautivos tus razonamiento en obediencia a Cristo. Entonces ya no correrás en incertidumbres ni pelearás como quien da golpes al aire. Disciplinarás tu cuerpo, hasta aceptar la verdadera sumisión; y mediante la capacidad de refrenarte, entrarás por la puerta estrecha y andarás el sendero angosto que conduce a la vida. Pero los hombres somos probados en el horno de Gelassenheit así como el oro es refinado en el fuego, que a su debido tiempo probará y purificará todas las cosas [5]. Siguiendo a Cronk [6], que ha hecho un trabajo de fondo sobre Gelassenheit, podemos conceptualizarlo siguiendo dos ejes, el religioso y el social; ambos ejes conllevan determinadas dimensiones interiores y exteriores. Los místicos medievales hablaban de una sumisión interior a la voluntad de Dios. Los anabaptistas hablaban de entregarse a sí mismos a la voluntad de Dios. Esta lucha espiritual interior era el intento de dejar de lado las ambiciones egoístas y dedicarse enteramente a Dios. Pero para los anabaptistas la lucha no era solamente interior; tenía también consecuencias exteriores. La idea del discipulado, tan central para la forma anabaptista de entender la fe cristiana, suponía seguir el camino de Jesús en la vida cotidiana a pesar de las consecuencias, que podían incluir el sufrimiento y la persecución [7]. De hecho, la muerte como mártir fue la expresión paradigmática de Gelassenheit, donde uno se entregaba total y absolutamente a la voluntad de Dios. En las palabras del mártir Miguel Sattler, «Los cristianos están enteramente entregados y han depositado toda su confianza en su Padre celestial, rehusando cualquier tipo de armamento exterior o mundanal» [8]. Este tipo de entrega absoluta por amor al reino de Dios viene a sintetizar la noción de Gelassenheit. Pero como ha demostrado Cronk, Gelassenheit no constituía solamente una actitud o disposición personal a renunciar a la vida por amor al reino; se encarnaba en el ritual y simbolismo de la vida de la congregación y comunidad. En otras palabras, Gelassenheit no significaba solamente una renuncia interior; también suponía someterse a los hermanos, los líderes, la tradición y la Ordnung [9] de la comunidad cristiana. Las palabras clave para la expresión social de Gelassenheit vinieron a ser «obediencia», «sencillez», «sumisión», «mansedumbre» y «modestia». Ese Jesús manso y humilde, que había estado dispuesto seguir el camino a Gólgota sin rechistar ni resistirse y que invitaba a sus discípulos a amar incluso hasta a sus enemigos, era el modelo a seguir para la conducta en comunidad. Esa postura de sumisión o entrega a la autoridad superior de los líderes, de la ordnung, de la tradición y de los valores que sostenía la comunidad entera, gobernaba todo el espectro de la vida socio-religiosa, desde las posturas que uno asumía con su cuerpo hasta la organización social, desde la manera de hablar hasta los símbolos. Gelassenheit era el punto de apoyo, el principio fundamental sobre el que descansaba el sistema social entero. La distinción conceptual entre lo religioso y lo social resulta entonces bastante dudoso y artificial, puesto que ambas cosas estaban estrechamente entrelazadas. Resistirse a la autoridad humana era lo mismo que resistirse a Dios. Desviarse de las normas de corrección de la comunidad venía a constituir una violación de los preceptos divinos. Las expresiones concretas de Gelassneheit son difíciles de comprender desde la perspectiva de la vida moderna, que está tan saturada de ambición personal, codicia y sueños de autorrealización. En efecto, en muchos sentidos Gelassenheit venía a constituir la antítesis del individualismo. Donde la cultura moderna valora los éxitos personales, el afán de superación y el reconocimiento público, Gelassenheit exige la negación del yo, la entrega, la sumisión de la vida de uno ante las exigencias de los demás. En una comunidad gobernada por los principios de Gelassenheit, la comunidad —y no el individuo— es la unidad primordial de importancia social. Hablar de derechos del individuo, derechos civiles y ambiciones personales —algo perfectamente corriente y loable en la cultura moderna— es absolutamente contrario a las formas de vida propias de Gelassenheit. La entrega/sumisión anuncia las virtudes del deber, la obligación y la obediencia e interpela a doblegar el yo por el bien de la comunidad entera. Aunque esta manera de concebir la entrega/sumisión nos suenan a represión desde nuestra perspectiva moderna, el caso es que conllevaba una paradoja redentora en la enseñanza anabaptista, puesto que Cristo había invitado a sus seguidores a perder sus vidas para salvarlas, a morir a la carne para ser victoriosos en el espíritu [10]. Asimismo, los que se someten a los dictados de la comunidad de los redimidos no sólo sirven al prójimo sino que en última instancia reconocen su dependencia y confianza en Dios. Gelassenheit viene a constituir así un proceso espiritual a la vez que social, que recicla las energías del individuo como capital comunitario, un reciclaje que recibe su poder de las palabras de Jesús, de la sangre de los mártires, de la enseñanza de la iglesia y de la autoridad de los ancianos de la comunidad. La pérdida paulatina de Gelassenheit en muchas comunidades anabaptistas ha supuesto un viraje desde un cierto fatalismo religioso hacia un énfasis creciente en el control. La postura de entrega/sumisión significa aceptar con ecuanimidad lo que la vida nos depare. La postura propia del individualismo, al contrario, toma el mando. Exige iniciativa y control y funciona elaborando planes estratégicos, así como el control de la natalidad, dedicarse a «carreras» profesionales y tener fuerza interior para no dejarse atropellar. Esta mentalidad controladora y planificadora es enteramente moderna, ha sido formada por la Ilustración y la manera científica de entender la vida. Gelassenheit, al contrario, es saber aceptar las cosas como vengan con una resignación tranquila que las entiende como constituyentes de la Divina Providencia. La conducta humana necesita reglas. La comunidad estrechamente ordenada por los principios de Gelassenheit provee controles comunitarios y tradicionales para dirigir la conducta social hacia cauces convenientes. Cuando aquellos sistemas comunitarios antiguos se desmoronan ante la fuerza de la modernización, los individuos deberán ejercer un control cada vez mayor sobre sus propias conductas. El individualismo, en otras palabras, viene a aportar las destrezas necesarias para sobrevivir en el mundo moderno más allá de las fronteras de las comunidades tradicionales. Desde una perspectiva sociológica, Gelassenheit brinda un programa exhaustivo de control social que dirige las energías de los individuos hacia metas comunitarias constructivas. Los valores y rituales propios de Gelassenheit canalizan al individuo por sendas preestablecidas que promueven el bien de la comunidad y frenan las expresiones negativas de individualismo que podrían amenazar el bienestar común. Todos las agrupaciones humanas —desde los ejércitos que esperan conseguir la victoria en guerra, hasta las empresas multinacionales modernas que procuran derrotar a sus competidores— tienen que hallar formas de dirigir las aspiraciones del individuo y sustituir sus metas personales por las corporativas. Dotadas del poder de la legitimación religiosa, las formas desarrolladas por Gelassenheit fueron capaces de transformar las energías de los individuos para ponerlas al servicio de la comunidad eclesial. El principio de Gelassenheit nos brinda un marco general para comprender e interpretar una gama muy amplia de prácticas sociales y religiosas en las comunidades anabaptistas tradicionales. Su elasticidad conceptual nos permite observar una lógica subyacente que vincula toda una variedad de prácticas dispares, desde el tabú contra los pararrayos hasta la insistencia en que la única manera apropiada de entonar himnos en la iglesia es que los cante toda la comunidad entera; desde el rechazo de la fotografía hasta los ritos de ordenación de los líderes. Este tipo de análisis se arriesga a tirar demasiado de la elasticidad conceptual de Gelassenheit al suponer que incide decisivamente en la totalidad de la vida social y religiosa. Entendiendo que es verdad que existe ese riesgo, sigo opinando que Gelassenheit encierra un principio de raíz que nos permitirá ver, comprender e integrar toda una amplia gama de fenómenos desde un mismo punto de mira. Quiero sintitizar algunas observaciones adicionales antes de explorar cinco dimensiones de Gelassenheit.
Quiero explorar ahora cinco dimensiones de Gelassenheit en el legado de las comunidades anabaptistas, para demostrar cómo se manifiesta la entrega/sumisión en estos cinco aspectos de la vida personal y comunitaria. No puedo ahondar en ilustraciones detalladas de ninguna comunidad en particular, aunque espero aportar ejemplos sugerentes que pongan en relieve la importancia de la entrega/sumisión en todo el espectro de la vida social y religiosa. En un sentido general, el período histórico a tener en cuenta será a mediados del siglo XIX; pero como ya he dicho antes, muchos de aquellos patrones perviven hasta el día de hoy en grupos de Orden Antigua. La profundidad y amplitud de Gelassenheit variaba, naturalmente, entre comunidad y comunidad. Era más hondo y ancho en la corriente suiza y alemana sureña del menonitismo, que en la neerlandesa y rusa. También ha sido más hondo y ancho en la corriente cultural de los Amish que en la tradición de los German Baptist Brethren. Con todo, ha estado presente hasta cierto punto en todas las corrientes que devienen del legado anabaptista. Creencias: Esperar en la Divina Providencia La perspectiva de Gelassenheit enfatiza la entrega/sumisión y esperar en la Divina Providencia en lugar de asumir el mando y actuar para redimirse. La salvación es una experiencia colectiva que se va desarrollando a medida que uno participa en la comunidad redentora. Al contrario que la mentalidad evangélica que enfatiza la salvación personal, la conversión personal, la evangelización personal, la devoción personal, etc. —siempre en un sentido individualista—, Gelassenheit entiende que la salvación conlleva la participación vital en el orden de una comunidad redentora. La participación en la comunidad tiene preferencia sobre cualquiera experiencia individual y sobre la expresión de cualesquiera creencias individuales. Además, a esta manera de entender, la redención exige esperar. «La salvación —como dijo un líder de los Old Order Mennonites— es un proyecto lento». Sucede en el transcurso de toda una vida, conforme uno va aprendiendo lecciones de humildad en el seno de la comunidad. Al contrario que como se suele pensar en el entorno evangélico, la salvación no sucede en un momento preciso y milagroso que sirve de una vez por todas como punto de inflexión. La salvación no es el producto de un proceso racionalizado de medios y fines, una mentalidad calculadora que entiende la conversión como un medio para obtener la vida eterna. No existe ningún «plan» de salvación que haya que seguir para ser salvo. Al contrario, corresponde esperar con paciencia en las misericordias de Dios, que va refinando nuestra vida mediante pruebas y tribulaciones, con dolores y padecimientos, hasta que llegue a ser agradable ante Dios. Estos proyectos cumulativos de redención son también característicamente silenciosos. Hay poco expresar en palabras los sentimientos o la experiencia de la salvación. Antes bien, hay un poner atención calladamente en las conductas que se esperan y que son dignas de los miembros de una comunidad redimida. La vida y obra de la persona dan testimonio en su totalidad, de la calidad de la fe de la persona; lo cual es mucho más fiable que las palabras y las emociones, que pueden ser escurridizas y pasajeras. En otras palabras, la conducta es un indicador mucho más fiable de lo que viene a ser una vida redimida. Por último, uno se entrega/somete en humildad a la sabiduría de Dios, quien determina el resultado final. Por consiguiente, es imposible saber si uno de verdad es salvo. De hecho, es pura arrogancia afirmar estar seguro de ser salvo, puesto que sólo Dios lo puede saber. Lo que corresponde hacer es vivir con sencillez y fidelidad conforme a la tradición recibida, dejando el resultado final en las manos de un Dios que sabemos que es Amor. Una de las consecuencias naturales de la manera Gelassenheit de entender la vida, es la falta de entusiasmo por las misiones y la evangelización. Tratar de convertir a otros no es sólo teológicamente arrogante sino que demuestra el deseo de controlarlos, lo cual se contradice con la humildad propia de la entrega/sumisión. Valores: Las complicaciones de la sencillez Los valores de Gelassenheit guían la conducta personal y también las normas culturales. Las palabras clave de lo que viene a constituir la virtud, son «simplicidad», «sencillez», «obediencia», «humildad», «modestia» y «mansedumbre». Estos conceptos vienen contrastados frecuentemente con su contrario: «a la última moda», «complicado», «desobediencia», «orgullo», «altivez» y «soberbia» —todo lo cual está prohibido. La virtud por excelencia es la obediencia, que viene a ser la expresión tangible de la vida entregada/sumisa. Los niños aprenden desde muy pequeños a entregar y entregarse. Aprenden a perderse a sí mismos, a ceder ante los fines más importantes de la familia y de toda la comunidad. Se espera que los niños obedezcan a sus padres y profesores incondicionalmente; que las mujeres escuchen a los varones —quienes a su vez seguirán la guía de los líderes de la iglesia, así como los ministros acatan el consejo de los anciano u obispos. La obediencia a la autoridad que a cada cual le toca, refleja la disposición de un corazón entregado/sumiso, que también se entrega/somete a Dios. La desobediencia a las autoridades de la comunidad viene a ser lo mismo que rebeldía contra la voluntad de Dios. El orgullo y la humildad, desde siempre lo mismo que vicio y virtud, han sido contrastados frecuentemente en las comunidades anabaptistas históricas [12]. Schlabach y Liechty han descrito [13] detalladamente la teología humildad que se desarrolló durante el siglo XIX entre los menonitas norteamericanos. Las muchas proscripciones de expresiones de orgullo estaban típicamente dirigidas contra las manifestaciones del individualismo. El líder menonita Daniel Kauffman, escribiendo en 1914, dijo: «La negación del yo es la esencia de la religión y vida cristiana». En efecto, su libro sobre Doctrinas Bíblicas tenía un capítulo de quince páginas dedicado a la negación del yo, así como otro capítulo dedicado a la humildad, que Kauffman definía como «recato mental, modestia, mansedumbre, sumisión y estar libre de orgullo y arrogancia» [14]. La humildad era un valor social y religioso que ponía freno a toda conducta que hiciera destacar o llamar la atención, y fomentaba la entrega/sumisión. Los muchos llamamientos a la sencillez, la simplicidad, la humildad y la negación del yo, eran el medio religiosamente legitimado para fomentar el espíritu y las conductas propias de Gelassenheit. Los rasgos de personalidad de Gelassneheit incluyen la negación del yo, la benignidad, la lentitud, la paciencia y un espíritu tranquilo. Las familias muy numerosas ayudaban a fomentar estos rasgos porque los niños aprendían a esperar su turno, compartir la comida, la habitación, la ropa y la atención de sus padres. El espíritu de Gelassenheit se reflejaba en gestos corporales modestos, un ritmo pausado, una presencia apacible, la risa nunca estridente, las respuestas comedidas a cualquiera pregunta, la preferencia de la opinión de los demás antes que la de uno. El tipo de personalidad preferido es el de quien es manso, benigno y de una paciencia infinita. Las carcajadas ruidosas, la acción acelerada y el espíritu confiado y atrevido se entendían ser contrarios a las normas sociales propias de la entrega/sumisión. John Hostetler [15] ha demostrado el lugar importante que tiene el silencio en la cultura amish. La no resistencia, basada en las palabras de Jesús: «No resistáis al que es malo» (Mateo 5,39), era una dimensión de Gelassenheit amplia y hondamente compartida por todos los cuerpos anabaptistas norteamericanos en el siglo XIX. La postura no resistente encarna la esencia de Gelassenheit, en su disposición a aceptar cualquiera cosa que sobrevenga: los insultos sin responder, las heridas físicas y violencia sin represalia, el perjuicio material sin exigir reparaciones proporcionales y la explotación económica sin responder con litigios. En el último análisis, Gelassenheit viene a ser «indefensión», la disposición entera a absorber la maldad y dejar toda venganza a Dios. El rechazo del empleo de la fuerza en todas sus dimensiones —personal, social y en la vida política— fue la seña de identidad de todos los grupos que descendían de la tradición anabaptista y llevó a algunos a autodenominarse «los indefensos», «cuerpos no resistentes», etc. [16] La no resistencia condujo al rechazo de los litigios en los tribunales y a no ejercer ningún cargo público; de esta cuestión acabó dependiendo, para muchos, el poder seguir siendo miembro de la comunidad. La postura no resistente penetraba todas las dimensiones de la vida social, de la conducta personal, las relaciones interpersonales, las relaciones de negocios y por supuesto, la vida política. Hubo muchos lapsos de los ideales nobles de no resistencia y la propia iglesia empleaba la fuerza, en cierta medida, al excomulgar y expulsar a los miembros; pero con todo, ese era claramente el ideal, el valor sin igual, al que todos los miembros eran alentados una y otra vez. Con la fuerza de la legitimación religiosa, subrayada por el propio ejemplo de Jesús, la no resistencia envolvía factores personales, sociales, religiosos, económicos y políticos en un único paquete cultural. Ritual: Desde el bautismo hasta la expulsión La entrega/sumisión tiene más posibilidades de medrar en comunidades sectarias que crean sus órdenes internas morales que enfatizan las fronteras explícitas de separación del mundo. La Gelassenheit, en otras palabras, decrece ante el auge del denominacionalismo. Históricamente, el bautismo y la exclusión eran las puertas de entrada y de salida, respectivamente, en la vida de la congregación. Los que solicitaban el bautismo debían apartarse de todo hábito mundano y entregarse/someterse enteramente a lo que esperaba de ellos la Ordnung de la comunidad. Lo que se esperaba específicamente podía tomar formas muy diferentes, según cuál comunidad y, naturalmente, fueron evolucionando según cuál período histórico; pero sin embargo siempre había normas explícitas de conducta a las que el individuo debía entregarse/someterse. La comunidad sectaria esperaba mucho de sus miembros y era difícil entrar a ella. Las denominaciones, por lo contrario, son de acceso fácil porque lo que esperan específicamente en cuanto a la conducta de sus miembros es más bien poco; lo que suelen exigir es el acuerdo mental respecto a determinados artículos de la fe cristiana, donde se permite que el individuo luego interprete y ponga en práctica su fe según sus propias preferencias. Las denominaciones, dada su gran tolerancia de la diversidad individual, no suelen expulsar a sus miembros. En otras palabras, es muy difícil que te expulsen de una denominación a no ser por una ofensa realmente escandalosa. Los grupos anabaptistas tradicionales, al contrario y a la usanza sectaria, estaban perfectamente dispuestos a excomulgar y negar la hermandad a cualquiera que se mostrara indispuesto a entregarse/someterse a la ordnung de la comunidad. Todos los grupos excluían a las personas excomulgadas de participar en la Cena del Señor; y algunos grupos además evitaban todo trato social con los miembros disciplinados, esperando conseguir así que al final entraran en razón y volvieran a la grey. El proceso de disciplina eclesial en todas estas tradiciones giraba en torno al proceso de tres pasos que se encuentra en Mateo 18. La expresión de remordimiento, la actitud dócil y la presentación de un semblante entregado/sumiso por parte del reprendido, eran factores determinantes para que el proceso de disciplina culminara exitosamente. Los que se mostraban beligerantes, los altivos y arrogantes —es decir, los que habían abandonado los rasgos propios de la Gelassenheit— acababan siendo expulsados de la hermandad. Entre el bautismo y la exclusión se encontraba el ritual de la comunión (o bien, según la tradición eclesial, el Banquete de Amor). El bautismo sólo sucedía una vez en la vida y los miembros que vivían con rectitud nunca eran excluidos; pero dos veces al año había la Cena del Señor, que era un evento importante integrador de la comunidad, que reforzaba el orden moral y estimulaba la entrega/sumisión. La Gelassenheit conllevaba ciertas expectativas acerca de rendir cuenta de la vida antes de celebrar la comunión. La visita del diácono a cada hogar en la tradición de los Hermanos y la reunión previa de «autoexamen» de la tradición menonita, eran momentos ritualizados que enfatizaban la importancia de abandonar todo deseo egoísta, desarraigar todo pecado y someterse enteramente a la ordnung de la comunidad, para que la comunión pudiera celebrarse hallándose toda la congregación unidos y con un mismo sentir. Y en aquellas oportunidades cuando no había paz en el seno de la congregación, se postergaba la comunión hasta que la unidad se restableciera. En cualquier caso, los pasos previos de preparación para la comunión, así como el propio acto, enfatizaban la importancia de someterse a la molienda y el pisoteo. Así como los granos de trigo tienen que pasar por las piedras del molino para poder hacer pan, así como las uvas tienen que ser pisadas para hacer vino, así también el individuo tiene que abandonar enteramente su propia voluntad para poder construir todos juntos la unidad del cuerpo. En las palabras de la Crónica Hutterita [17]: «Nosotros que somos muchos constituimos un único pan. Como granos de trigo, hemos entregado/sometido enteramente todo lo que somos y convivimos en comunidad cristiana». Un quebrantamiento así expresa los significados más hondos de gelassenheit. La copa, que es una y única, simbolizaba la unidad que sólo era posible experimentar en una comunidad entregada/sometida. La celebración del Lavamiento de pies que venía incorporada al culto de comunión, también encarnaba Gelassenheit, en la disposición de los miembros a arrodillarse o inclinarse para lavar los pies de los hermanos y las hermanas. El Lavamiento de pies ha tendido a desaparecer en el transcurso del siglo XX, por el auge del individualismo. La mesa de la comunión —por supuesto— sólo era para la hermandad «cerrada», para aquellos que estaban dispuestos a mantener en alto la ordnung de la comunidad. En las denominaciones mayoritarias, al contrario, «el pan y la copa» de la comunión se brindaba como parte del culto de cada semana, a cualquiera que profesara mantener la fe cristiana, sin tenerles en cuenta ni su afiliación ni su vida de cada día. Estas «comuniones de conveniencia» están abiertas a todo el mundo sin que haga falta un hondo y exhaustivo autoexamen ni el engorro de lavarse mutuamente los pies. El bautismo, la comunión y la exclusión eran los actos rituales principales de Gelassenheit, pero había otras muchas expresiones también. La postura corporal propia de Gelassenheit es la de arrodillarse. Arrodillarse para recibir el bautismo, para lavar los pies de los hermanos, para la ordenación, para la oración en comunidad —y en la tradición Amish, para cualquiera confesión de pecado grave— indicaba la actitud humilde propia de Gelassenheit. Con el auge del individualismo, entró en declive el que toda la congregación se arrodille para la oración y a todos los efectos, ha desaparecido ya del culto semanal de los grupos mayoritarios. Cantar a capella al unísono y a un ritmo extremadamente lento, como todavía es la costumbre en los cultos de Orden Antigua, establecía el ambiente propio de la cultura social de Gelassenheit, de esperar y tener paciencia. Además, hacía que ningún individuo pudiera recibir la atención especial de los demás por su capacidad para cantar arreglos corales, ni qué hablar de cantar solos o en agrupaciones especiales. En algunos círculos tradicionales estaban muy mal vistos los solos y cuartetos y corales, por temor a que eso condujera al «espectáculo», lo cual no podía tener otro resultado que el que la atención de todos se clavara en determinados individuos o grupos especiales, cultivando así su orgullo. Tamaño despliegue de vanagloria, además, mermaría el sentimiento de «esperar en el Señor», que se enfatiza con las cadencias extremadamente lentas del cántico al unísono y sin instrumentos musicales. En algunas tradiciones el que guiaba el himno debía permanecer sentado en medio de la congregación y sólo guiaba en el sentido de ser el que arrancaba a cantar, uniéndose los demás inmediatamente al cántico. Y el aplauso, desde luego, tan contrario en espíritu a la esencia de Gelassenheit, era absolutamente inconcebible en el culto. Los modelos históricos de liderazgo menoscababan la noción de un llamamiento personal, enfatizando al contrario el papel de siervo que le correspondía asumir. A los jóvenes amish, por ejemplo, se les pregunta cuando su bautismo si están dispuestos a servir a la congregación como ministros si la congregación los llama. La ordenación de los líderes encarnaba el espíritu de Gelassenheit, especialmente en aquellas tradiciones que empleaban «la suerte» para elegir a sus líderes. En el proceso de elección utilizado por varios de los grupos de los Hermanos, así como en el procedimiento de echar suertes, la congregación llama (o preselecciona) a los miembros antes de elegirlos o bien, en el caso de la suerte, los elige por una especie de lotería divina. Sirviendo sin ninguna capacitación expresa y sin recibir ninguna paga, se espera que los líderes ordenados se entreguen enteramente como siervos de la congregación. El hablar sin emplear apuntes preparados de antemano, impedía que los predicadores parecieran presumir de sus conocimientos y enfatizaba la idea de entregar y someter hasta los pensamientos más íntimos para que el Señor los guiara. La humildad del predicador se acentuaba aun más en algunas tradiciones con la costumbre de decidir quién predicaría, justo antes de empezar el culto. En algunas tradiciones de Orden Antigua, los predicadores tienen un pequeño rito de Gelassenheit al empezar cada sermón confesando lo indignos que son de predicar y que lo único que pueden hacer es trasmitir a los demás lo que el Señor pone en sus corazones. De todas estas maneras los rituales del liderazgo enfatizaban la entrega/sumisión de los líderes al Señor y a la congregación. Estas formas son, por supuesto, muy diferentes de los modelos de ministerio profesionalizado, donde los candidatos se seleccionan a sí mismos al prepararse con los estudios universitarios idóneos para una carrera pastoral con paga. Símbolos: Pararrayos e imágenes Hay una diversidad de símbolos —en algunos caso se trata de rechazos simbólicos— que expresaban el significado de Gelassenheit en el siglo XIX. Algunas de estas manifestaciones simbólicas siguen encarnando la entrega/sumisión en comunidades de Orden Antigua hasta el día de hoy. Muchos de los grupos tenían prohibidos los pararrayos porque éstos simbolizaban una erosión de la confianza solamente en Dios. Asimismo los seguros de vida estaban estrictamente prohibidos en muchas comunidades, puesto que simbolizaban la aceptación de la planificación y el control del individuo, todo lo contrario de la confianza en Dios sin más. La postura de entrega/sumisión presuponía una fe sencilla en la providencia de Dios, así como un compromiso inagotable a depender de la comunidad de la fe, en lugar de responsabilizarse y atender a las necesidades de uno mismo. Las fotografías o «imágenes», como las llamaban a finales del siglo XIX, estaban prohibidas por muchos de los grupos porque llamaban la atención al individuo y fomentaban el orgullo en formas contrarias al espíritu humilde de Gelassenheit. Las joyas y bisutería de todo tipo —pendientes, broches, anillos y sortijas, relojes de pulsera —y en las palabras de la Reunión Anual de los German Baptist Brethren, «la joyería en general»— todo esto estaba proscrito [18]. Las joyas y bisutería no sólo simbolizaban la mundanalidad sino que enfatizaban y acentuaban el atractivo de la persona individual y por consiguiente burlaban el espíritu de entrega/sumisión, amenazando por tanto el bien de una comunidad ordenada. En el siglo XIX todos los grupos enfatizaban la importancia de una vestimenta distintiva. Un símbolo de no conformismo con el mundo en derredor, las formas distintivas de atuendo también simbolizaban de la manera más fundamental el espíritu de Gelassenheit, puesto que indicaban que el individuo estaba entregado/sometido a la comunidad [19]. Todo lo relacionado con la ropa vino a suponer frecuentemente un punto de desencuentros cuando el bautismo o la preparación para la Cena del Señor, que eran los momentos cumbre de la entrega/sumisión. La ropa era una expresión fundamental de Gelassenheit en cuanto que indicaba la adherencia a la ordnung de la comunidad. En la vida moderna lo que nos ponemos es un instrumento indispensable de la expresión de nuestra identidad personal, que empleamos cada día para decir a otros cuáles son nuestros gustos y preferencias. Sin embargo en las comunidades de Orden Antigua la ropa tiene la función contraria. Simboliza el rechazo de la elección individual y la adhesión a las normas comunitarias, que es la quintaesencia del espíritu sumiso. Arquitectura social: Un estilo a escala pequeña La Gelassenheit estaba incrustada en la mismísima estructura de todas las cosas, en la arquitectura social de las comunidades anabaptistas. Dejando de lado el hecho de sus familias muy numerosas, en las comunidades anabaptistas del siglo XIX había una preferencia en general por la organización a escala pequeña. Esta preferencia sigue perviviendo hasta hoy en las comunidades de Orden Antigua. En las palabras de cierto hermano amish: «Nuestra disciplina se hace con el hombre que anda a pie detrás del arado, no con el que vuela por todo el país tratando de construir una superestructura». La estructura de organización tenía que ser también modesta y humilde. Las grandes burocracias, la organización centralizada y las empresas de mucho capital acumulan demasiado poder y control en las manos de una persona y fácilmente llevarían no sólo a la altivez sino incluso a los abusos de poder. Las congregaciones pequeñas, modelos de organización fluida y flexible impulsada por la tradición, eran preferibles antes que burocracias centralizadas y racionalizadas. La preferencia de la escala pequeña y la organización local, fue sin lugar a dudas uno de los factores que generaron tanta resistencia a la formación de un Congreso General para la Iglesia Menonita en 1989 y la relativa ausencia de expresiones organizativas centralizadas y burocratizadas en las comunidades de Orden Antigua hasta hoy [20]. Es así como, desde el ego de la persona hasta la estructura organizativa, la cultura social de Gelassenheit prefiere siempre lo pequeño. Resumen He mantenido que el principio de Gelassenheit brinda una lógica cultural subyacente e integrada, al orden moral de muchas comunidades anabaptistas en el siglo XIX. Los compromisos religiosos y sociales a la entrega/sumisión daban forma a las creencias y la forma de entender el mundo, motivaban la conducta personal, estructuraban los valores culturales, regulaban los rituales religiosos, se manifestaban en la aceptación o rechazo de símbolos, y daban forma a la estructura de la organización social. Esa cultura social de entrega/sumisión, que empapaba toda la organización cultural y social, estaba en última instancia basada en —y legitimada por— valores religiosos, un compromiso con la forma mansa y humilde de ser que había adoptado su Salvador. Por una multitud de razones y de muchas maneras, estos hábitos de Gelassenheit se entretejieron en la urdimbre de las comunidades anabaptistas norteamericanas del siglo XIX. Apoyaban y reforzaban la sabiduría colectiva y estimulaban a sus miembros —de quienes, en efecto lo esperaban con total naturalidad— a entregarse/someterse a esa sabiduría colectiva de la tradición y en última instancia, a la comunidad reunida. La postura propia de Gelassenheit, intacta hasta el día de hoy en muchas comunidades de Orden Antigua, está reflejada en unos versos que figuran en la portada de la publicación de septiembre de 1993, de Home Messenger, de los Old Order Mennonites: Todo pesar, Ha dispuesto para mí Conforme mi vida fluya Por Su causa,
1. Con estas dos palabras, «entrega» y «sumisión», intentamos traducir el vocablo inglés yieldedness, traducción habitual al inglés del término Gelassenheit —concepto que el presente artículo viene a explicar detalladamente. [N. del tr.] 2. Donald F. Durnbaugh, ed., The Brethren Encyclopedia, 3 vols. (Philadelphia: Brethren Encyclopedia, Inc., 1984); y The Mennonite Encyclopedia: A Comprehensive Reference Work on the Anabaptist-Mennonite Movement, 5 vols. (Hillsboro, Kan.: Mennonite Publishing House, 1955, 1990). 3. Harold S. Bender, ed., Hutterite Studies: Essays by Robert Friedmann (Goshen, Ind.: Mennonite Historical Society; The Chronicle of the Hutterian Brethren (Rifton, N.Y.: Plough Publishing House, 1987), vol. 1; y Peter Rideman, Confession of Faith (Rifton, N.Y.: Plough Publishing House, 1970). 4. Walter Klaassen, «Gelassenheit and Creation», The Conrad Grebel Review 7 (1991), pp. 23-35. 5. Chronicle of the Hutterian Brethren, p. 416. 6. Sandra Cronk, «Gelassenheit: The Rites of the Redemptive Process in Old Order Amish and Old Order Mennonite Communities», Mennonite Quarterly Review, 55 (1981), p. 544. 7. J. Cornelius Dyck, «The Suffering Church in Anabaptism», Mennonite Quarterly Review 59 (1985), p. 523. 8. John H. Yoder, ed. and trans., The Legacy of Michael Sattler (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1973), p. 23. 9. Ordnung viene a ser algo así como la Regla de la Orden; en el sentido de que esta rama del anabaptismo debe mucho a la influencia de la rica y larga experiencia espiritual de las órdenes monásticas medievales. [N. del tr.] 10. Noah Good, «The Yielded Life», Pastoral Messenger (January 1943), p. 34. 11. Beulah Stauffer Hostetler, «The Formation of the Old Orders», Mennonite Quarterly Review 66 (1992), p. 525. 12. John M. Brenneman, Pride and Humility (Elkhart, Ind.: J. F. Funk and Bro., 1873). 13. Theron F. Schlabach, «Reveille for Die Stillen im Lande: A Stir among Mennonites in the Late Nineteenth Century», Mennonite Quarterly Review 51 (1977), pp. 213-26; idem., Peace, Faith, Nation (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1988); y Joseph C. Liechty, «Humility: The Foundation of Mennonite Religious Outlook in the 1860s», Mennonite Quarterly Review 53 (1980), p. 531. 14. Daniel Kauffman, Bible Doctrines (Scottdale, Pa.: Mennonite Publishing House, 1914), pp. 470-85, 604-15. 15. John A. Hostetler, Amish Society (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1993, 4ª ed.). 16. Leo Driedger and Donald B Kraybill, Mennonite Peacemaking (Scottdale, Pa.: Herald Press, 2994). 17. The Chronicle of the Hutterian Brethren, I, 274. 18. Revised Minutes of the Annual Meetings of the German Baptist Brethren (Elgin, Ill.: Brethren Publishing House, 1908), p. 129. 19. Donald B. Kraybill, The Riddle of Amish Culture (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1989). 20. James C.Juhnke, vision, Doctrine, War: Mennonite Identity and Organization in America, 1890-1930 (Scottdale, Pa.: Heral Press, 1989). |
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