Colección de lecturas
 

PDF Entrega y sumisión... Aplicaciones y perspectivas

Corrientes anabaptistas
La historia en conversación con el presente


Anabaptist Currents: History in Conversation with the Present
Carl F. Bowman and Stephen L. Longenecker, eds.
Copyright © 1995 Forum for Religious Studies
Bridgewater College — Bridgewater, Virginia (USA)
Traducción: Dionisio Byler, 2008, para www.menonitas.org


Conversación X — Entrega, sumisión y dar cuenta de la vida (2)

Entrega, sumisión y dar cuenta de la vida
Aplicaciones y perspectivas contemporánas
por Fred W. Benedict

Floyd Mallott, historiador de los Hermanos, declaró en su «Apología» que «El partido bíblico del ala anabaptista de la Reforma representa, para nuestra generación, el linaje por el que con mayor claridad nos habla Dios» [1].

Este ensayo sobre el anabaptismo viene a subrayar la cita que acabamos de hacer de un autor que ha sido profesor de la historia de la iglesia durante muchos años.

En primer lugar, es imperativo que definamos qué entendemos por «entrega, sumisión y dar cuenta de la vida». Hace poco me impactó el libro de Paul Johnson, Modern Times, donde describe una condición de entrega, sumisión y dar cuenta de la vida. Al venir a describir el auge del comunismo despótico ruso, explica al lector el carácter de Lenin —y a la postre también de Stalin y Hitler— y el gobierno del terror que ellos consideraban que era indispensable para el éxito de sus respectivos regímenes. De hecho, consiguieron un grado máximo de entrega y sumisión mediante el terror y el rendir cuenta de la vida por el empleo de una amplia red de informadores y la policía secreta [2]. No hace mucho ocurrió el suceso terrible de los «Branch Davidian» en Waco, Texas, que trajo a la mente los suicidios en masa sucedidos hace algunos años en Jonestown. Desde luego entre los miembros de estas sectas parece haber existido un grado elevadísimo de entrega y sumisión y rendir cuenta de la vida, que se manifestó en desenlaces trágicamente fatales.

Ninguno de esos ejemplos nos puede satisfacer. Nos interesan en particular los anabaptistas; y entre ellos, «el partido bíblico» de los anabaptistas. Creo que una de las definiciones mejores ha sido la que brinda Donald Kraybill. Hablando acerca de los Amish, dice:

El valor de la estructura de la vida Amish descansa en Gelassenheit —la piedra de toque de los valores Amish. Traducida, esta palabra alemana viene a significar algo así como la sumisión o entrega a una autoridad superior. Conlleva la entrega del yo, la resignación ante la divina voluntad, ceder ante los demás, negarse a sí mismo, el contentamiento, mantener siempre un espíritu tranquilo, de paz interior. Para los anabaptistas primitivos, Gelassenheit significó abandonar toda ambición personal para entregarse enteramente a la voluntad de Dios —incluso hasta la muerte. Cristo los llamaba a abandonar su ego y seguir su ejemplo de humildad, servicio y padecimientos [3].

En el mismo libro Kraybill dice: «Hablar de la humildad es todo lo contrario a nuestro bienamado individualismo, que procura la autorrealización y los logros personales en cada oportunidad» [4].

Harold Bender ha dicho que: «La meta inicial perseguida por Lutero y Zuinglio había sido la vida cristiana sincera» [5]. En esto se llevaron un severo desengaño; y Lutero en diversas oportunidades lamentó que sus seguidores eran peores que inconversos.

Bender ofrece tres puntos principales de énfasis entre los anabaptistas bíblicos: el discipulado, la hermandad, el amor y la no resistencia [6]. Desde esta forma anabaptista de entender el seguimiento de Jesús como un discipulado personal intensivo, mana todo el resto de su compromiso cristiano, el principio de Gelassenheit inclusive. J. Denny Weaver ha señalado, con justicia, que una norma teológica distintiva del el anabaptismo de primera generación, parece haber sido el principio de la «solidaridad con Cristo». Weaver dice que: «El principio no sólo supone que los creyentes seguirán el modelo de las enseñanzas y la conducta de Jesús, sino que también participarán activamente en su obra, a la vez que él en la de ellos —con lo cual demuestran encontrarse efectivamente entre los miembros del cuerpo de Cristo» [7]. Es fácil ver cómo una visión semejante del seguimiento de Cristo, que lo abarca y llena todo, produciría tanto la obediencia a las palabras de Jesús, como la disciplina eclesial.

Parecería ser que para los anabaptistas, la entrega/sumisión y dar cuenta de la vida no eran fines últimos sino actitudes de fe, que resultaban de su compromiso total. Estas actitudes venían a ser dones del Espíritu que los llevaban en volandas, de fe en fe. La meta era vivir vidas piadosas. Estos dones hacían que esa meta fuera tanto más valiosa; eran los medios necesarios para alcanzar la meta y participaban en la realidad de la meta.

Para los anabaptistas la entrega/sumisión y dar cuenta de la vida venían a ser la capacitación otorgada por el Espíritu de Dios para hacer frente a las crisis severas de su época. Esta capacitación constituía parte y esencia de la Gelassenheit.

La no resistencia fue una doctrina eminente en las vidas de muchos de los anabaptistas primitivos. Según Murray Wagner, ya antes de 1460 Petr Chelcicky había sostenido que: «Los cristianos son, colectiva e individualmente, miembros de una orden separada, distinta y distanciada, que ha recibido la prohibición apostólica a ponerse al servicio de las instituciones coercitivas del mundo» [8]; y en 1524 Conrado Grebel escribió que:

Los creyentes cristianos verdaderos son ovejas entre lobos, ovejas que van al matadero; tienen que pasar por el bautismo de la angustia y aflicción, tribulación, persecución, sufrimiento y muerte; tienen que ser probados por el fuego para recibir como premio la patria, no matando con sus cuerpos sino mortificando a los enemigos del espíritu [9].

Muchos cristianos de los tiempos modernos han sufrido tan gloriosamente como aquellos anabaptistas. En nuestro día muchos podrían dar testimonio de que su victoria se hizo completa cuando el espíritu de Gelassenheit por fin se les derramó en el alma. Ashish Chrispal, de la India, lo expresa muy bien:

Jesús está diciendo que cuando actuamos desde la perspectiva del poder y la dominación, desde el control y la violencia, Dios no puede hacérsenos presente en el mundo. Dios se hace visible por medio de aquellos que se revisten del carácter de Dios, encarnando el amor sacrificial de Dios, su compasión y perdón. Esta es una empresa costosa frente al pecado y el mal. Pero es la única esperanza que tenemos de socavar radicalmente el poder destructor del mal» [10].

Otro modelo a seguir, para los anabaptistas, fue la iglesia cristiana primitiva. Según Cornelius Krahn:

La restitución de la iglesia apostólica verdadera, es decir, el «cuerpo de Cristo» concebido por Pablo, donde existe una práctica auténtica de seguimiento de Cristo y separación del mundo, fue el objetivo del anabaptismo. Todos los anabaptistas de Suiza, Alemania y los Países Bajos, perseguían esta meta [11].

Murray Wagner habla de la defensa que hace Chelcicky de una iglesia visible, todo lo contrario de lo que sería la iglesia definida políticamente, que tiene que ser entonces invisible:

El discipulado —o seguimiento de Cristo— nunca puede medirse por exigencias políticas. Se hace visible solamente por su lealtad a los preceptos de la iglesia primitiva. Las creencias y prácticas de la comunidad apostólica estaban constituidas como la única guía fiable para todas las generaciones de los cristianos, según Chelcicky. La única manera que el cristiano podría al menos saber que su conducta no era una flagrante contradicción de los mandamientos de Cristo, era que se ajustase al ejemplo separatista del cristianismo primitivo. Chelcicky medía las conductas de los cristianos por este único metro, el apostólico, que él encontraba en el ideal separatista de la iglesia primitiva. Sólo la obediencia fiel a ese ejemplo podía entenderse como señal visible de hallarse entre los elegidos de Dios [12].

Johann Loserth dijo: »Más radicalmente que ningún otro partido de la Reforma eclesial, los anabaptistas procuraron seguir en las pisadas de la iglesia del primer siglo y renovar el cristianismo original» [13].

Entonces, puesto que los anabaptistas tienen siempre esa tendencia a aceptar las palabras de los apóstoles como autoridad equiparable a la del propio Cristo, ellos también se sometieron a la voluntad de la iglesia. ¿Cómo se explica esto? La respuesta es bien sencilla: El precio a pagar por ser discípulos es muy elevado. Cada persona se entrega enteramente a Cristo y a los hermanos, los cuales, como también se han entregado enteramente a Cristo, realmente constituyen el cuerpo de Cristo. Menospreciar a cualquier miembro del cuerpo, ni qué hablar de menospreciar la voluntad expresa del cuerpo entero, viene a ser lo mismo que menospreciar a la cabeza del cuerpo, a Cristo mismo. Porque la cabeza y el cuerpo son uno. Pienso que siempre que pervivió esa certeza de la solidaridad inquebrantable con Cristo, los individuos se entregaron a Cristo y a la iglesia y les pareció bien dar cuenta de sus vidas a la iglesia —y a exigir esto mismo en los demás miembros— y hasta morir por su fe. Oigamos otra vez a Floyd Mallott: «Quiero dejar constancia de que a mi juicio, el único camino de retorno es el que nos lleve otra vez al ideal de la iglesia del Nuevo Testamento, donde los escritos apostólicos recuperen su autoridad como ley, norma y guía» [14].

Los anabaptistas tenían en altísima estima a Jesucristo. El evangelio de Cristo era principalmente la búsqueda de aquella piedad enseñada y actualizada en medio de la hermandad, es decir, el cuerpo de Cristo. Cuando Cristo y la iglesia son una misma cosa, ya no hace falta distinguir entre la autoridad de la palabra de Cristo y la de la comunidad de los creyentes; ambas cosas expresan la voluntad de Dios. La palabra de Cristo era la palabra de las Escrituras. Los problemas sólo surgían cuando el individuo personalizaba en sí mismo el seguimiento, alegando poseer una iluminación privada, interior, del Espíritu. Pero siempre que los miembros se ponen de acuerdo basándose en la palabra de la Escritura y sometiéndose a esa unidad que sólo puede ser obra del Espíritu, entonces allí hallamos como resultado una entrega/sumisión y un rendir cuentas de la vida que es, en efecto, admirable.

¿Cómo hacer para reavivar estos dones de la gracia divina en la vida de los miembros de las iglesias hoy día? Si lo que pretendemos es recuperar el celo y el poder de los anabaptistas —¡Es imposible! En esta era de la modernidad, con sus conceptos científicos del cosmos en un flujo de cambios constantes; con revelaciones darwinianas y freudianas respecto a la naturaleza de la conducta humana; con nuestros dioses del mundo del deporte y del espectáculo; donde nos hallamos imitando como papamoscas a los que marcan las tendencias en opinión y moda, las elites liberales de la cultura y los medios de comunicación, de las artes y de la industria del cine y la televisión; con nuestra cobarde sensibilidad por los que arquean una ceja mientras se les escapa una risita mal disimulada respecto a los valores tradicionales del cristianismo y el judaísmo… ¿Dónde, en este mundo, pueden tener cabida esas verdades inconmovibles que hacían de base para la «entrega/sumisión y dar cuenta de la vida» que vivieron los anabaptistas? Cualquier intento de reavivar el espíritu de entrega/sumisión y dar cuenta de la vida, seguramente sería entendido como una moda pasajera —y además, de mal gusto— si carece de la cimentación espiritual que le es propio y esencial. Al pensar en los largos años de su propia vida, Mallott se confesó «sorprendido de los muchos aires, caprichos, movimientos efímeros y tangentes» en que había participado [15].

Demasiadas veces lo que buscamos son ejemplos de entrega/sumisión y dar cuenta de la vida, para anotarlos como modelos a imitar; a la vez que ignoramos los ejemplos de fidelidad tranquila y sin pretensiones de ningún tipo, en las vidas de personas «insignificantes». En Estados Unidos nuestra lucha hoy día no es contra carne y sangre sino que es psicológica; y las tentaciones a escurrir el bulto del deber son tal vez mucho más insidiosas que las decisiones claras, de vida y muerte, que tuvieron que afrontar los primeros anabaptistas y cualquier cristiano en tiempos de persecución frontal.

En mi propia lectura de las enseñanzas de Jesucristo, concluyo que cuanto más fieles seamos respecto a estas enseñanzas en concreto, tanto más incómodos nos sentiremos en nuestro entorno en derredor. Cuanto más aquilatada nuestra fidelidad, tanto más tendremos en común con los «tipos raros» de este mundo —y con los que son tenidos por insignificantes: con los oprimidos, los pobres, los perseguidos, los débiles, los que carecen de poder e influencia. ¡Qué completa se hace, por consiguiente, nuestra identificación con los que son así precisamente por adherirse a la causa de Cristo! ¡Y qué mal nos sentimos cuando nos descubrimos fuera de sintonía con aquellos que constituyen la esencia de nuestra comunión!

Robert Friedmann, hablando del discipulado auténtico y la sumisión entera a la voluntad de Dios en la primera generación de los Hutteritas, dijo que: «Las condiciones proféticas tan extremas no suelen pervivir a la larga; y en el transcurso de la segunda, tercera y cuarta generación de los anabaptistas, este principio de obediencia degenera en algo formalizado y exterior» [16]. Me parece que la observación de Friedmann viene a ser cierta para todos los movimientos de esta índole. ¿Cómo explicar el fuego que ardía en los corazones de aquella primera generación de anabaptistas? Aparte de los principios que ya hemos esbozado, los anabaptistas escogieron conscientemente circunscribir su enfoque. Lo que los anabaptistas y la primera generación de los Hermanos, de los metodistas, cuáqueros y otros muchos dejaron atrás en sus períodos de formación inicial, pareció auténticamente escandaloso a sus contemporáneos. Con una mira estrechísima, eliminaron todo aquello que no contribuyera directamente a la salvación. Permitid que haga la siguiente afirmación: Mucho de lo que marginaron a propósito, nosotros en cambio lo tenemos en muy grande estima. Por eso una parte importante de lo que ocupa nuestras vidas hoy día es religión, sí, pero dista mucho de ser cristianismo auténtico. (Aquí, por cierto, estoy pensando en los grupos de Orden Antigua lo mismo que en los demás.) Si te comunicaran que lo que realmente cuenta ante Dios es todo aquello por lo que hasta ahora nadie te ha alabado; lo que los hombres jamás se habían fijado en ti; todo aquello, en fin, de lo que no has recibido ya alguna recompensa… entonces, ¿Cuánta de tu obra permanecería en pie? La enseñanza anabaptista centraba la atención en las palabras de Jesús, su justicia, la participación en su justicia, y una obediencia entera a las palabras de la Escritura.

Transigimos muy rápidamente con el espíritu de este mundo. Denny Weaver está en lo cierto al condenar una diversidad nada escritural, cuando habla de estar harto ya de escuchar tanto apelar al pluralismo de los primeros anabaptistas, para justificar cualquier tipo de alejamiento moderno de los fundamentos bíblicos y del propio espíritu de Cristo [17].

El reavivamiento del espíritu anabaptista dependerá de que se adopte o no una mentalidad premoderna. No estoy hablando de formas anticientíficas de entender la vida ni de adoptar mecánicamente las formas exteriores de los grupos anabaptistas conservadores que perviven hasta hoy. Me refiero a la sencillez de tener un único propósito en la vida, a la honestidad inquebrantable, a la coherencia, con valentía y atrevimiento; a hablar sin dobles intenciones. La incertidumbre mental tan popular hoy día tendrá que ser cambiada por algunas certezas fundamentales en las que uno está dispuesto a creer apasionadamente.

Cuando los creyentes se cansen de una vez de estar buscando siempre una nueva síntesis teológica que sacuda al mundo y haga que se fijen en ellos para dar brillo a su reputación —o para forjar un mundo conforme a su manera de entender el reino de Dios— entonces harían bien en oír el consejo del profeta: «Así dice el Señor: “Quedaos quietos en las calzadas y observad, y preguntad sobre las sendas de antaño, cuál es el camino bueno, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestras almas”» [18].

Para concluir diré que «la clave está en los líderes». ¿Qué hubiera sucedido si Simons, Blaurock, Grebel, Hutter, Ridemann, Marpec, Hoffman, Hubmaier y todos los demás, inmediatamente después de su llamamiento, se hubieran quedado callados? No se habría producido ningún mensaje claro de Dios desde los tiempos de la Reforma para nosotros hoy. El mundo occidental entero echaría hoy a faltar la riqueza que aportaron.

¿Y qué pasaría si dos o tres personas hoy mismo empezaran a unir esfuerzos, basándose en la palabra de Dios, las Escrituras, para buscar de todo corazón los cimientos espirituales del anabaptismo? Yo me atrevería a decir, con palabras tomadas de Conrado Grebel: «Tienen que pasar por el bautismo de la angustia y aflicción, para recibir como premio la patria, no matando con sus cuerpos sino mortificando a los enemigos del espíritu».

Roland Bainton dice:

Dígase ahora que el valor de la empresa de los anabaptistas no puede juzgarse por lo que pudieron contribuir a la historia. Ellos se plantaron en sus convicciones a la luz de la eternidad, sin importarles en absoluto lo que pudiera suceder o no en el transcurrir de la historia [19].

Vayamos nosotros y hagamos lo mismo.

Posdata

Durante el transcurso del congreso que resultó en el presente libro, emergió lo que para mí vino a ser un tema novedoso: ¿Cuál es el impacto que puede tener el ejemplo anabaptista en las denominaciones de hoy en día? ¿De qué maneras ha estimulado el ejemplo anabaptista a la Iglesia de los Hermanos, a los menonitas y a los grupos de Orden Antigua, en el camino a seguir? ¿Qué actos concretos de renovación deben su existencia fundamentalmente a la experiencia de los anabaptistas?

Si alguien opina que la presente reunión es un buen ejemplo, yo respondería: «¿Acaso no es solamente hablar al aire? Lo que queremos no es Gelassenheit —¡Queremos que los hombres nos alaben!» (Bueno, no… Me parece que hemos hecho un buen comienzo.)

Sí que admitiré esto: ¡Cuando la persecución se ensañe contra los cristianos en Estados Unidos, entonces veréis alzarse el espíritu anabaptista en formas sorprendentes y en los lugares más insospechados!

 


1. Floyd E. Mallott, «Apologia», Brethren Life and Thought 1 (Spring 1965), p. 5.

2. Paul Johnson, Modern Times: The World from the Twenties to the Nineties (New York: Harper Collings, 1991, ed. rev.).

3. Donald B. Kraybill and Lucian Niemeyer, Old Order Amish (Baltimore and London: Johns Hopkins Press, 1993), p. 3. Ver también Donald B. Kraybill, ed., The Amish and the State (Baltimore and London: The Johns Hopkins Press, 1993), pp. 12-4.

4. Kraybill, Old Order Amish, p. 177.

5. Bender, «The Anabaptist Vision», p. 49.

6. Bender, «The Anabaptist Vision», pp. 41-2.

7. J. Denny Weaver, «Discipleship Redefined: Four Sixteenth-Century Anabaptists», Mennonite Quarterly Review LIV (October 1980), p. 256.

8. Murray L. Wagner, Petr Chelcicky: A Radical Separatist in Hussite Bohemia (Scottdale: Herald Press, 1983), p. 4.

9. Bender, «The Anabaptist Vision», p. 49.

10. Ashish Chrispal, decano y profesor en Union Biblical Seminary, Pune, India, y pastor de St. Peter’s Church, Panchgani, Maharashtra. Citado de una editorial por invitación en Mennonite Weekly Review (August 26, 1993), p. 4.

11. Cornelius Krahn, Dutch Anabaptism (Scottdale: Herald Press, 1981), p. 258.

12. Wagner, Petr Chelcicky, pp. 92-4.

13. Bender, «The Anabaptist Vision», pp. 37-8.

14. Mallott, «Apologia», p. 4.

15. Ibíd., p. 6.

16. Robert Friedmann, «The Hutterian Brethren», Recobery of the Anabaptist Vision, p. 90.

17. J. Denny Weaver, <<Is the Anabaptist Vision Still Relevant?» Pennsylvania Mennonite Heritage 14 (January 1991), pp. 1-12.

18. Jeremías 6,16.

19. Timothy George, Theology of the Reformers (Nashville: Broadman Press, 1988), p. 252.