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El lenguaje de la fe en la vida cotidiana Corrientes anabaptistas Anabaptist Currents: History in Conversation with the Present Conversación VI — Lenguaje y simbolismo (2) El lenguaje de la fe en la vida cotidiana En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de él hecho fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron [1]. «En el principio era el Verbo» es un texto cristiano muy conocido. La sacralidad de la Palabra es fundamental en la tradición judeocristiana. La interrogante que guía el presente ensayo es: «¿Cuál es la importancia cotidiana de la Palabra?» ¿El lenguaje de la fe es sencillamente una forma de piedad religiosa, una práctica que se ha quedado desfasada, un acto que conlleva muy poco significado en nuestro mundo moderno? Mi meta es ofrecer una manera práctica de entender la relación entre la vida cotidiana y el lenguaje de la fe. Apoyándome en cierto número de autores religiosos y seculares, opino que la salud de la comunidad cristiana corre peligro si no hallamos maneras de reclamar una conexión importante entre el lenguaje y la vida cristiana cotidiana. En Man’s Search for Meaning, Viktor Frankl defiende con contundencia la importancia del lenguaje cuando pasamos por períodos de estrés. Frankl, su familia y muchos otros que la Alemania de Hitler expulsó, tuvieron que aprender a sobrevivir y explicarse la vida en medio de crímenes inimaginables. La observación de Frankl fue que aquellas personas que poseían un lenguaje y un sistema filosófico con que explicarse la vida, tenían mayores posibilidades de sobrevivir. Los que poseían un lenguaje que les ayudaba a interpretar y aguantar tales humillaciones y tal devastación, hallaban en ello una ayuda en su lucha por sobrevivir tan importante o mayor, que los hombres más duros o las mujeres con mayor fortaleza física. Frankl afirma que: Dondequiera que hubiera oportunidad, era necesario darles un porqué —una meta— para sus vidas, a fin de reafirmarles para soportar el terrible cómo de su existencia. ¡Ay del que opinaba que la vida no tiene ningún sentido —ningún fin ni propósito— y por consiguiente, no veía que tuviera ningún sentido seguir aguantando! No tardaba en perecer. Tuvimos que enseñar a hombres sumidos en la desesperación, que que lo que importa no es lo que esperábamos de la vida, sino lo que la vida esperaba de nosotros [2]. Hacía falta un lenguaje para enseñar a otros que podía hallarse sentido incluso en medio de aquel sufrimiento. No era cuestión tan sólo de la acción práctica de hombres y mujeres valientes que posibilitaba su supervivencia; también era hondamente necesaria cierta valentía queda de quienes pudieran enseñar a otros la importancia de hallar un porqué para sus vidas. Frankl y otros recurrieron a menudo al lenguaje espiritual para hacer que aquellas condiciones cobraran sentido. Desde luego, es bueno hacer obras prácticas, emprender acciones prácticas. Lo que indica el material citado de Frankl, sin embargo, es que el porqué de la fe práctica no deriva de la acción sino de ese lenguaje que nos pueda enseñar el significado de tal fe. Una fe práctica que sólo se interesa en el cómo, puede acabar ignorando aquello que alimenta la razón que motiva nuestras acciones. Por poner la agricultura como ejemplo, necesitamos gente que sepa como cultivar bien la tierra: gente de acción. Pero también necesitamos gente que ama la tierra y nos diga por qué las horas de nuestras labores son importantes. Los tales añaden nobleza y motivación a la empresa, más allá de solamente sobrevivir. Esos poetas de la vida y del lenguaje nos dan un porqué que sustenta nuestro cómo práctico en medio de las largas horas de trabajos duros. Por poner a la iglesia como punto de comparación, podríamos sugerir que cuando la obra de la iglesia se vuelve más exigente, necesitamos la ayuda de aquellos que ayuden a formular razones por las que esa obra es digna de nuestros esfuerzos y tiempo. El cometido del presente ensayo es sencillamente recordarnos que el lenguaje del porqué es necesario cuando hacemos frente a las demandas prácticas de cómo emprender la tarea entre manos, en particular si esa tarea es desagradable. Introducción Mi premisa para el presente artículo es triple: 1) Una fe práctica contribuirá de maneras importantes al desarrollo de una comunidad religios. 2) La gente que tiene una fe práctica suele mantener un cierto escepticismo sobre el lenguaje religioso, porque suele ser fácil de manipular. 3) Hace falta el lenguaje religioso para poder mantener la contribución a largo plazo de una fe práctica, aunque sabiendo plenamente que el lenguaje piadoso puede utilizarse como cortina para esconder conductas incorrectas. Una fe práctica Una fe práctica se manifiesta en acción y servicio. Es este llamamiento a una fe práctica lo que hace que los Hermanos tengan una contribución importante que traer como pueblo de la fe. Los Hermanos, al ser un pueblo de una fe históricamente muy práctica, han expresado su fe en acción mediante Heifer Project, Brethren Volunteer Service, On Earth Peace, y un ministerio de servicio y acción [3]. Las conexiones rurales de los Hermanos les han dado una comprensión especial de la vida de una fe que nutre el crecimiento y los resultados prácticos. Para que la mies pueda crecer saludablemente y libre de malas hierbas, necesita trabajo y atención. Una vida de fe tiene relación estrecha con la raigambre rural de los Hermanos; se requiere una labor atenta para poder dar forma a vidas y a los que las rodean en una vida de fe. Siendo gente práctica, los Hermanos muchas veces han mantenido cierto escepticismo acerca de las palabras y el lenguaje. Les ha importado mucho más cómo la persona vive, que el lenguaje florido que se emplea para describir la acción. Todos hemos asistido a alguna iglesia u organización donde lo que se dice no es lo que se hace, lo cual sólo puede generar desconfianza y cinismo entre los miembros. En dos palabras, la gente que es práctica suele tener motivos justos para incomodarse con la exageración retórica. En las palabras de la canción de Andy Murray, es importante ser «un hombre de medida plena» [4]; en este caso, un agricultor que se puede confiar que traiga al molino la « medida plena» de grano. Según Murray, el hombre o la mujer que ocupa menos tiempo en hablar y ocupa más tiempo cultivando y recogiendo el grano, es un héroe de honestidad cotidiana. Es la conducta, no las palabras, lo que indica que es de fiar. El lenguaje mal empleado No es de extrañar que una gente de fe práctica no hayan producido gran número de filósofos y teólogos. La mayoría de los héroes de los Hermanos son gente de acción como Dan West, Anna Mow y M. R. Zigler, por nombrar unos pocos. Cada uno de ellos a su propia manera hizo contribuciones académicas, pero su trabajo como misioneros, predicadores y líderes espirituales de acción, fue lo que les ganó su lugar en nuestros corazones.. De manera que no debe sorprendernos descubrir que el lenguaje se ve con cierto escepticismo en esta comunidad de fe práctica. El lenguaje se puede emplear mal. Desconfiamos de los que pueden estar interesados en el lenguaje religioso por sí mismo, no como una guía para la fe puesta en práctica. Es posible emplear palabras que no se siguen, lo cual siembra el terreno para el cinismo en la Iglesia. The Cynical American sugiere que el cinismo viene de grandes objetivos que nunca se cumplen [5]. Cuando el lenguaje mantiene una visión del mundo como sagrado, pero que se ignora con la conducta o que es lo contrario a lo que realmente sucede, está sobradamente comprobado que el resultado es un cierto cinismo interpersonal en la Iglesia. Sissela Bok, en Lying: Moral Choice in Public and Private Life, pone en tinta sobre papel lo que entienden intuitivamente los que se muestran escépticos con el lenguaje grandioso: «La confianza y la integridad son bienes escasos, fáciles de malgastar, difíciles de recuperar. Sólo pueden medrar sobre un cimiento de respeto de la verdad» [6]. Esta inquietud respecto al lenguaje que señala Santiago, al sugerir que pongamos freno a la lengua antes de compartir unos con otros nuestros consejos, nace del conocimiento de que es posible emplear mal las palabras. Las personas a menudo dicen cosas que luego lamentarán. Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse, porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios (Stg 1,19-29). Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, ese es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural; él se considera a sí mismo y se va, y pronto olvida cómo era (Stg 1,22-24). Si alguno se cree religioso entre vosotros, pero no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana (Stg 1,26). La lengua puede emplear el lenguaje para engañar. El viejo refrán de que las acciones hablan más alto que las palabras es lo que orienta la teología de Santiago, así como muchas veces a la gente cuya fe tiende a lo práctico. La práctica mal empleada La gente de una fe práctica tiene razón al suponer que hay que emplear las palabras con la debida cautela. Todos sabemos de personas que han resultado heridas porque se han usado palabras de una manera descuidada que encaminan a la gente en una dirección problemática. Para compensar este reconocimiento del mal empleo del lenguaje, la gente de una fe práctica ponen especial énfasis en la conducta. Queremos ver que la persona walk the walk, not just talk the talk (que ande rectamente, no sólo que hable rectamente). Nos juzgamos unos a otros por el fruto de las acciones. Este énfasis en la conducta es una corrección importante al mal empleo del lenguaje, pero igual que aquello que procura corregir, el énfasis en la conducta también puede emplearse mal. Podemos centrarnos tanto en lo práctico y desconfiar tanto del lenguaje que ya no somos capaces de enseñarle nada a nadie a no se que esté dispuesto a pasarse la vida entera observando las conductas tradicionales que hemos desarrollado. ¿Quién ha intentado aprender de un gran maestro artesano que no emplea palabras acerca de lo que está haciendo? Aprender en esas circunstancias es muy complicado, en particular en nuestro mundo tan centrado en las palabras. Se supone que si uno está con esa persona el tiempo suficiente, acabará por aprenderse el oficio. Ha habido y sigue habiendo lugar para esa clase de aprendizaje. Pero en una cultura de transitoriedad donde ya no se espera que vivamos junto a las mismas personas toda la vida, esa manera de aprender se vuelve cada vez más problemática y en el mejor de los casos sólo funcionará a medias. Cuanto más urbana y diversa, con mayor movilidad, la gente que compone la Church of the Brethren (Iglesia de los Hermanos), tanto menos probable es que el énfasis en un aprendizaje que es escéptico sobre el lenguaje y se basa en interacción interpersonal, pueda resultar eficaz para los miembros nuevos que se van integrando. Si se intenta atraer a individuos que no están familiarizados con las maneras de interactuar en los pueblos pequeños, con sus conexiones relacionales y sus valores sociales hondamente rurales, puede que sencillamente carezcan de la paciencia necesaria para familiarizarse con esas formas. Van a querer escuchar qué es lo que importa y por qué. Esta denominación no debería sorprenderse de que en su Congreso Anual haya miembros «nuevos» de la Iglesia de los Hermanos que se ponen en pie y declaran: «Necesitamos un credo. ¿En qué cree esta iglesia, al fin y al cabo?» Yo me identifico plenamente con nuestra postura contrario a credos como iglesia, y no apoyaría que eso cambiara. Pero por otra parte, me resulta comprensible que haya quien se impacienta con una iglesia que espera que el aprendizaje vaya surgiendo por osmosis, sencillamente por el mucho convivir unos con otros. ¿Cómo han de aprender qué es lo que cree la iglesia, los que no vienen viviendo en una comunidad de los Hermanos toda la vida, que no han ido a nuestros campamentos cuando niños ni asistido al Congreso Anual ni estudiado en una internado de los Hermanos? Permítaseme insistir que ese estilo de aprendizaje que se basa en la convivencia sigue siendo importante. Lo que propongo no es que se niegue la importancia de esa orientación fundamental. Lo que quiero decir es que es posible exagerar ese enfoque, siempre que no reconozcamos las realidades cambiantes de este mundo al que hemos de servir. En un mundo lleno de diversidad, son siempre necesarias las palabras si es que vayamos a aproximarnos unos a otros, explicándonos unos a otros el por qué y el significado de nuestras conductas. Si carecemos de un lenguaje en relación a nuestros aprendizajes prácticos, podemos descubrir cómo realizar la labor pero sin enterarnos por qué ésta ha sido necesaria. El trabajador experto puede no ser capaz de explicarnos por qué es importante realizar determinada tarea, por mucho que la tenga bien clara en su propia forma de hacer las cosas. La persona que hace de aprendiz puede no descubrir por muchos años por qué adquirir determinada destreza es una manera válida de invertir toda una vida. Bien podríamos preguntar: «¿Por qué pertenecer a una iglesia en particular cuando cualquiera denominación, al parecer, sirve para los mismos efectos?» Cuando observamos cómo actúa un grupo en particular, podríamos preguntarnos: «¿Por qué es importante esa acción?» Se dice que en muchas empresas familiares, la primera generación establece la base económica y la buena fama de la empresa. Hay una visión que guía la razón para hacer que sea un «buen negocio». La siguiente generación gestiona estos fondos pero ya no sabe por qué ese negocio en particular sea importante, aparte de que genera ingresos para la familia. Cuando esta generación intermedia le pasa el testigo a la siguiente generación, ésta recibe el negocio pero no ninguna comprensión de por qué este negocio importa. Siguen interesados en ganar dinero, pero su falta de cariño por la empresa hace que sin darse cuenta, la lleven a atrofiarse. Entonces es cuando empieza el declive. La tercera generación sólo se centra en lo práctico, y el lenguaje necesario para saber por qué ese negocio se merece todo ese tiempo y esfuerzo está ausente en la manera de pensar y hablar y gestionar la empresa a diario. Una teología práctica Una teología práctica se interesará en saber si algo funciona o no, si consigue determinada acción, si es coherente con la fe que proclama y si el resultado es una conducta religiosa que marca la diferencia en las vidas cotidianas de la gente. Lutero pensó que la de Santiago es una «epístola de paja». Le preocupaba el énfasis en buenas obras. En mi opinión vivimos en una era cuando hay que saber estimular el fruto práctico de la fe. Necesitamos teólogos y laicos que estén dispuestos a arremangarse y ponerse a trabajar. Lo que hace falta con urgencia es una teología práctica, que marque la diferencia en la vida de uno y las de los demás. El énfasis en una teología práctica no es nuevo ni novedoso. Sus cimientos están en Santiago, en la vida de Cristo, en las obras de San Agustín y en los escritos recientes de personas tales como Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King Jr., Stanley Hauerwas y Robert Bellah. Las palabras de Santiago han significado que debemos poner nuestra fe en práctica en interacciones cotidianas. Nuestra manera de trabajar, jugar, comer, asociarnos con amigos y tratar a nuestras familias, no es que sea una extensión de la fe: esas acciones tienen que reflejar la propia fe en acción. Una teología práctica que marca la diferencia es medular para la fe de los Hermanos y crítica para el presente ensayo. Si no se reconoce que mi primer y más alto interés es una teología práctica, el potencial que encierra el presente ensayo para contribuir algo positivo se habrá desperdigado. No es la idea de lo práctico lo que este ensayo pretende cuestionar; eso es medular para la fe de los Hermanos. Lo que estoy sugiriendo es que debemos ampliar la definición de lo que consideramos que sea práctico. La pregunta que impulsa lo que queda del presente ensayo es la siguiente: ¿Una teología práctica y una fe práctica son más que solamente ciertas formas de conducta? Y mi opinión es que sí —que existe una necesidad práctica de hallar un lenguaje adecuado para cualquiera comunión que desee transmitir a otros su manera de entender el mundo, en una cultura que se nos torna cada vez más diversa y transitoria. Una teología práctica que hace de nexo entre la Palabra y la conducta, es lo que hallamos en el fondo de la epístola de Santiago: Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, ese es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural; él se considera a sí mismo y se va, y pronto olvida cómo era. Si alguno se cree religioso entre vosotros, pero no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana (Stg. 1,22-24.26). En la conexión entre la Palabra y la acción, tanto el lenguaje como la conducta se ven como partes integrantes de una fe práctica. La función práctica del lenguaje La posición de muchos Hermanos es que hace falta sostener y promover una teología de servicio práctico. El mundo sigue necesitado de una fe vinculada a la acción. Lo que pretende el presente ensayo es una orientación que no prescinda de un soporte de lenguaje a la vez que la conducta. Los Hermanos necesitan un lenguaje que les recuerde la clase de gente de fe que pretenden ser. Necesitan un lenguaje que los conecte con su creador, les recuerde quiénes son y les dé direcciones para una conducta que es coherente con su fe. Como ya hemos señalado, ser una gente de fe práctica sin una base en un lenguaje que describe esa acción, exige depender únicamente de la continuidad, como se da cuando existe un estilo de vida que sufre muy pocos cambios de generación en generación. Si se trata de una pequeña comunidad pueblerina donde la gente vive y trabajan juntos en más o menos los mismos oficios año tras año, no se requiere un lenguaje para explicar lo que ya se espera de la gente. Las conductas tradicionales y «los hábitos del corazón» o la moral del grupo, como afirma Bellah, bastarán para que el grupo se conserve [7]. Sin embargo cuando un grupo está siendo formado por primera vez o cuando la transitoriedad hace que la gente llegue y se marche de una manera más o menos natural y regular, se hace mucho más esencial hallar una manera de explicar las conductas. Es decir que en cuanto la vida del grupo se ve afectada por la movilidad, emipeza a ser importante enfatizar el lenguaje Si los que viven la vida conforme a patrones de conducta tradicionales no han desarrollado un lenguaje que presenta su vida cotidiana de la fe y explica lo que significa, entonces el grupo tiene muchas menores probabilidades de saber informar a otros acerca de sí, por lo que puede asumir rasgos de una subcultura cerrada a los demás. Una cultura eclesial con poco énfasis en el lenguaje para explicar o dar sentido a su vida cotidiana, hallará obstáculos enormes para reclutar miembros nuevos, a no ser que por casualidad las características de conducta del miembro nuevo ya vengan siendo muy parecidas a la vida del grupo tradicional. La importancia del lenguaje para que el grupo siga abierto a gente nueva, es de particular importancia para cualquier grupo que rechaza la necesidad de tener un credo. sin credo, existe la tentación de que los grupos minoritarios desarrollen conductas muy tradicionalistas, que incluyen y excluyen a la gente sencillamente por sus maneras de actuar y sin tenerles en cuenta la fe. La sacralidad de la Palabra es fundamental para la salud de la comunidad cristiana, si es que esa comunidad vaya a poder ofrecer un brazo de conexión a los que se sienten inseguros respecto a la moral y las acciones de esa gente. Mi énfasis en la importancia de la Palabra no es un concepto novedoso; el énfasis en la importancia del lenguaje como una herramienta práctica para conectar con otros más allá de las normas sectarias de conducta podría, con todo, resultar más original. James William McClendon Jr., en un libro excelente sobre la ética teológica, dice algo acerca de los bautistas que hasta cierto punto podría aplicarse también a los Hermanos: Los bautistas en toda su variedad y desunión, no alcanzaron a ver en su propio legado, su propia manera de utilizar la Escritura, sus propias prácticas y modelos de comunidad, su propia visión que les guiaba, un recurso para la teología diferente que el escolasticismo que imperaba a su alrededor [es decir, el compromiso con una teología práctica]. Esto sucedió porque los bautistas desconfiaban de su propia visión, de su vida en comunidad, hasta de su evangelio; aunque podría haber sido un recurso para su teología, y la teología a su vez un medio para explorar ese evangelio, revitalizar su vida, aclarar esa visión. Necesitamos hacer esto, reconociendo las fuentes ricas para la teología que existen en las historias de una vida común que expresa esa visión [8]. Cuando nos centramos principalmente en lo práctico, limitándonos a los rasgos de conducta, podemos perdernos una comprensión más honda de lo que nos hace únicos. Podemos exhibir la conducta y sin embargo tener poca comprensión de por qué tal acto de fe es digno de realizar. Uno de los valores de que los estudiantes pasen un año en el extranjero, es que así no sólo aprenden acerca de otras culturas sino que descubren lo que es único y especial en su propio legado. Una fe práctica tan centrada en la acción necesita una base en el lenguaje para llevar a otros a recordar —y recordar ellos mismos— las contribuciones especiales que ofrece cualquier grupo de gente. Los que están comprometidos con una tradición práctica de la fe pueden pensar que acaso sea perder el tiempo ponerse a hablar sobre la fe cuando la única contribución real que aportan es la de hacer la obra de la fe. No parece haber mucho mérito en conversar sobre la fe cuando se está tan ocupado tratando de realizar las obras de una vida guiada por un compromiso con la fe. Es a un grupo aquí que se dirige la epístola de Santiago: «Hermanos míos, gozaos profundamente cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Stg 1,2-4). Imposible imaginar que un sermón así vaya a atraer a nuevos convertidos. Santiago se estaba dirigiendo a los que ya estaban convencidos acerca del camino y la senda a seguir. Apuntaba con puntería a los que ya estaban convencidos de su posición particular. Pero, ¿qué haremos con los que todavía no han tomado una decisión vital que guíe a emprender las acciones prácticas de la fe? Además, ¿qué haremos cuando haya quienes quieren entender por qué una acción en particular nos resulta tan importante? Es necesario tener una base en un lenguaje que explica el sentido de nuestras acciones de tal manera que otros lo puedan entender. La gente de la iglesia necesita estar en conversación acerca del fundamento de sus acciones, un lenguaje de la fe que sostiene la acción de la fe. Giles y Coupland, en Language: Contexts and Consequencese, explican la naturaleza formadora que tiene nuestro lenguaje: El lenguaje […] es un factor crítico en las relaciones internas de un grupo hasta tal punto que los significados sociales de sus muchas —y a veces sutiles— formas son claros, complejos y diversos. Nuestras vidas sociales están construidas en torno al funcionamiento simbólico del lenguaje. Es en el lenguaje que otorgamos vida, significado y valor a nuestras relaciones, alianzas, instituciones y, desde luego, a nosotros mismos. Las condiciones sociales que estructuran todas estas cosas también hallan su forma en el lenguaje que empleamos [9]. Desde luego, el lenguaje se puede emplear mal, se puede ignorar, se puede utilizar como cortina de humo para cualquiera conducta engañosa. Sin embargo, el lenguaje sigue siendo la herramienta que tiene que ser empleada para dar forma a quiénes somos y lo que somos. La persona que se reúne con un grupo y afirma públicamente una posición mientras que en privado expresa otra, está a pesar de todo formando a la gente. En tal caso, el lenguaje de la fe expresada en público se contradice con el discurso privado. El lenguaje privado da forma al lenguaje de la gente que descubre que las pronunciaciones públicas no son más que puras afirmaciones bonitas que carecen de convicción. En ese caso, no es el lenguaje lo que debiéramos cuestionar, es la incoherencia entre las posiciones pública y privada. El lenguaje da forma a la gente, y cuando se descubre que las afirmaciones públicas carecen de valor al nivel privado de interacción, es necesario cuestionar lo que está pasando. Pero los anabaptistas no dieron por imposible el valor real del lenguaje para definir quiénes eran. Es posible emplear mal cualquiera cosa, incluso un énfasis excesivo en la cuestión de la conducta. Mary Gore Forrester concluye su libro sobre Moral Language (Lenguaje moral) con un simple recordatorio: «La verdad moral viene determinada por las creencias morales más ampliamente y tenazmente aceptadas» [10]. Las creencias morales no aparecen en un vacío; son portadas por las vidas y las historias de un pueblo, por medio de su lenguaje. El lenguaje es el portador de las estructuras de fe, tanto las morales como las inmorales. Cualquiera que sea la estructura de la fe que surge y empieza a mover a la gente, será portada por su lenguaje cotidiano. Cuando el lenguaje de lo sagrado se deja atrás, no debe sorprendernos descubrir que lo sagrado empiece a olvidarse en la vida cotidiana. Así como un brazo enyesado empieza a atrofiarse y ya no tiene la misma fuerza que antes tenía por su mucho uso, el lenguaje que antes alimentaba a la gente empezará a debilitarse y dejar de motivar, cuando se deja de usar. Existe hoy en día un cuerpo de literatura secular que señala la necesidad de una manera sagrada de entender la Palabra, ya no por piedad religiosa sino por la convicción de que ignorar el lenguaje de la fe en la comunidad de la iglesia no funciona, por lo menos según Robert Bellah, Alasdair MacIntyre, Stanley Hauerwas, y Vernard Eller. Nuestros esfuerzos concentrados en las conductas interpersonales nos han dejado con el sinsentido de la comunidad como dato conocido, en lugar de indicar aquello que creemos y por qué es que lo creemos. El sistema de «enchufe» para obtener privilegios está basado en una red de conductas prácticas. Puede que sea importante contar con amigos y parientes en la iglesia, pero para que ésta vaya a crecer, tiene que poder explicar cómo y por qué hace lo que hace. Cuando las congregaciones empiezan a invitar a contadores de historias al culto, empieza a importarles menos saber con quiénes tienen enchufe y interesarles más un lenguaje de la fe que les haga recordar sus pecados, la mente de Cristo, la importancia de la Escritura, y el discernimiento de la Biblia en comunidad. Así se abren a cualquiera que quiera tomarse la Escritura con seriedad. La conducta importa, pero no tenemos ningún credo. No hay ninguna manera concreta de actuar que podamos afirmar que sea interpersonalmente la correcta. Sin embargo la importancia del lenguaje, la necesidad de tomarnos la Palabra con seiredad, esto es algo que los anabaptistas pueden esperar unos de los otros, en su comunión como comunidad cristiana.
1. Juan 1,1-5. Se empleará la versión RV95 a lo largo de este ensayo. 2. Viktor Frankl, Man’s Search for Meaning: An Introduction to Logotherapy (New York: Pocket Books, 1974), pp. 121-2. 3. Véase Ronald C. Arnett, «Brother James. The First of the Brethren?», Messenger (February, 1989), pp. 14-5, 23-4, 26. 4. Andy and terry Murray, «Grandaddy Was a Farmer», Goodby Still Night, disco (Elgin, Ill.: Brethren Press, 1978). 5. Donald L. Kanter and Philip H. Mirvis, The Cynical American: Living and Working in an Age of Discontent and Disillusion (San Francisco: Jossey-Bass, 1989), p. 3. 6. Sissela Bok, Lying: Moral Choice in Public and Private Life (New York: Vintage Books, 1978), p. 262. 7. Robert Bellah, et. al., Habits of the Heart. Individualism and Commitment in American Life (Berkeley: University of California Press, 1985). 8. James Wm. McClendon Jr., Systematic Theology: Ethics (Nashville: Abingdon Press, 1986), p. 26. 9. Howard Giles and Nikolas Coupland, Language: Contexts and Consequences (Pacific Grove, Cal.: Brooks/Coles Publishing Company, 1991), pp. 191, 199. 10. Mary Gore Forrester, Moral Belief (Madison: University of Wisconsin Press, 1982), p. 175. |